Vydáno dne 11.04.2009
Povídka o dívce jednoho chudáka, která se provdala za muže, kterého nesměla spatřit. Jednou ho však spatřila a zjistila, že je prokletým princem a že za svůj hřích ho už nikdy neuvidí pokud nebude chodit po světě v železných botách a hledat ho. Dívka šla a po dlouhém cestování ho našla. Povídka má motivy báje o Erótovi a Psýché. Je psaná zjednodušeně.
Había un viejo que tenía una hija muy hermosa. Él era muy ignorante y no sabía lo que era ni oro ni plata. Todos los días iba el viejo al bosque a cortar leña. Llevaba la leña a la ciudad y la cambiaba por comida para su mujer y su hija. Un día estaba cortando el tronco de un árbol grande y oyó lamentos adentro. Luego salió un negro muy feo y le dijo:
--Me has herido y morirás por esto.
El viejo se excusó, diciendo:
--Señor, perdóneme Vd. Soy muy pobre y vengo a buscar leña para mantener a mi mujer y a mi hija.
-- ¿Y es hermosa tu hija? – dijo el negro.
-- ¡Oh! sí, señor – dijo el viejo; – y mucho.
-- Pues bien – le dijo el negro, – yo te perdono la vida si me das tu hija por esposa; y si no, morirás. Dentro de ocho días te presentarás aquí con la contestación. Si la niña quiere o no quiere, debes venir para decírmelo. Y ahora abre el tronco de este árbol y hallarás mucho oro. Puedes llevarlo a tu mujer y a tu hija.
El viejo cortó el árbol y adentro halló mucho oro. Cargó su burro con el oro y se fue a casa. Cuando llegó, su mujer y su hija le preguntaron porqué venía tan tarde. Él les explicó el caso y la niña dijo que consentiría en casarse con el negro para salvar a su padre. Entonces les dió todo el oro que traía. Nunca habían visto monedas de oro y no sabían que era dinero.
-- ¿Qué es esto? – dijeron ellas. – ¿Qué medallas son éstas tan bonitas?
-- Será bueno venderlas en la ciudad, padre, si es posible, – dijo la niña.
El viejo se fue a la ciudad llevando su oro. Quería venderlo, pero le dijeron que eran monedas de oro y que con ellas podía comprar muchas cosas. Él compró comida y vestidos para su familia y volvió muy contento a casa.
Al cabo de los ocho días, tomó el viejo su hacha y su burro y se fue al bosque. Dió algunos golpes al tronco del árbol y salió el mismo negro.
-- ¿Qué contestación me traes? – le dijo éste.
-- Mi hija consiente en casarse contigo – le dijo.
-- Bien – dijo el negro; – pero hay una condición y es que las bodas se celebren a oscuras y que ella nunca trate de verme, mientras yo no lo diga. El viejo le dijo que así sería.
-- Carga tu burro con todo el oro que quieras – dijo el negro – y compra todo lo que creas necesario para las bodas. Me casaré con tu hija en ocho días desde hoy.
El viejo cargó su burro de oro otra vez y volvió a casa. La hija salió a encontrarle. Él le dijo todo y ella consintió en todo lo que su novio quería.
Al cabo de los ocho días se celebraron las bodas a oscuras. La niña vivió muy feliz. El novio salía muy temprano cada mañana y volvía por la noche.
Un día vino una vecina vieja a visitarla. Le preguntó si era feliz en su matrimonio. Ella le dijo que era muy feliz y que estaba muy contenta. Después le preguntó la vieja como era su marido, si era joven o viejo, feo o hermoso. Ella dijo que no sabía porque nunca le había visto.
-- ¡Cómo! – dijo la vieja. – ¿Te has casado y no conoces a tu marido? Esto no es posible.
-- Sí – dijo ella; – pues así lo pedía antes de casarse.
-- Niña – dijo la vieja. – ¿cómo sabes si tu marido es un perro o si es Satanás? Es necesario verle. Toma este fósforo; cuando tu marido duerma, enciende el fósforo, y le verás.
La niña lo hizo así. Cuando llegó la media noche, encendió el fósforo y miró a su marido. Vio que era muy hermoso. Olvidó el fósforo y un pedazo cayó en la cara de su marido. Entonces él despertó y dijo:
-- ¡Ingrata, no has tenido palabra! Has de saber que soy un príncipe encantado. Yo soy el príncipe Jalma. Estaba a punto de salir de mi encantamiento pero ahora es imposible por mucho tiempo. Si quieres volver a verme, tienes que gastar zapatos de hierro hasta que me encuentres. Tienes que buscarme por toda la tierra.
El príncipe desapareció. La niña empezó a llorar y sintió haber seguido los consejos de la vieja. Cuando vino ésta al día siguiente, dijo a la niña:
--¿Has visto a tu marido?
-- Sí – le contestó, – y lo siento muchísimo. Era un príncipe encantado y ahora nunca volveré a verle.
Se fue a la ciudad, compró zapatos de hierro y salió a buscar a su marido. Visitó muchas ciudades preguntando por el príncipe Jalma, pero ninguno le conocía. Cuando llegó al fin del mundo vio a la madre del viento del Norte y la saludó.
--¿Cómo le va, buena señora?
-- Bien, hija, – le dijo; – ¿qué haces aquí, cuando ni los pájaros llegan a estos lugares? Mi hijo te comerá.
-- Señora – le dijo la niña, – vengo en busca de mi marido, del príncipe Jalma. Tengo que gastar zapatos de hierro hasta que le encuentre.
-- Yo no le conozco, hija, – dijo la madre del Norte, – pero es probable que mi hijo le conozca. Te esconderé debajo de esta olla. Cuando llegue le preguntaré.
Cuando llegó el viento, gritó:
--¡Hu-u-u-u! a carne humana huele aquí!
-- ¿Qué carne humana vendría aquí, hijo, – dijo la madre, – cuando ni los pájaros llegan a estos lugares?
Pero él siguió gritando:
--¡Hu-u-u-u! a carne humana huele aquí!
Su madre puso la mesa, y después que hubo comido, le dijo:
--Tengo que pedirte un favor. ¿Quieres concedérmelo?
-- Hable Vd. señora –le dijo.
-- Has de saber que hay aquí una niña en busca de su marido, el príncipe
Jalma. ¿Sabes donde está? ¿Le
conoces?
-- Que salga la niña – dijo el Norte.
La niña salió y preguntó por su marido.
-- Yo no conozco a tu marido – dijo el Norte, – pero yo creo que mi amigo el Sur puede conocerle. Te llevaré allí si quieres.
La niña dijo que quería ir con él y la madre del Norte le regaló una gallina de oro y trigo de oro para vender en caso de necesidad.
El Norte la tomó en brazos y la llevó al otro fin del mundo. Allí vio a la madre del Sur y ésta le dijo:
--¿Qué haces aquí, hija, cuando ni los pájaros llegan a estos lugares? Mi hijo te comerá.
--Vengo en busca de mi marido, del príncipe Jalma. ¿No le conoce Vd. señora? El Norte, que me trajo, dijo que pudieran Vds. darme noticias de él.
--Yo no le conozco, hija; pero es probable que mi hijo le conozca. La madre del Sur la escondió debajo de una olla y pronto se oyó un gran ruido y llegó el Sur.
--¡Hu-u-u-u! a carne humana huele aquí!
--¿Qué carne humana puede venir aquí cuando ni los pájaros del cielo llegan a estos lugares? Siéntate a comer y hablaremos.
Después que hubo comido le dijo su madre:
--Quiero pedirte un favor, si me lo concedes.
-- Hable Vd., señora, y se lo concederé – contestó él.
--Ha venido aquí una niña en busca de su marido, el príncipe Jalma. ¿Tú le conoces?
La niña salió y el Sur le dijo:
--No le conozco; pero te llevaré a mi amigo el Oriente y es muy probable que le conozca.
La madre del Sur dió a la niña una cruz de oro y el Sur la llevó al Oriente. Éste tampoco conocía al príncipe Jalma y ofreció llevarla a su amigo el Poniente. La madre del Oriente le regaló un peine de oro para vender en caso de necesidad.
Cuando el Oriente llegó con la niña, encontraron a la madre del Poniente. Ella recibió a la niña con gran asombro y cariño. La niña hizo las mismas preguntas y la madre contestó:
--Mi hijo le conocerá.
Entonces la escondió debajo de la olla.
Cuando llegó el Poniente, estaba muy enojado pero después que hubo comido, la madre sacó la niña y preguntó por el príncipe Jalma.
-- Sí – le dijo, – le conozco, y sé donde está; te llevaré allá. Vive preso en un palacio con una vieja bruja y su hija. La hija quiere casarse con él. Nadie puede verle y él no puede ver a nadie. Duerme bajo siete llaves.
La madre del Poniente dió a la niña una taza de oro para vender en caso de necesidad.
Al fin llegó la niña al palacio y supo que dentro de cuatro días se casaría el príncipe con la hija de la bruja. Ella se sentó en el jardín, y trató de hacerse pasar por una tonta. Con este motivo se lavaba la cara con barro y hacía otras muchas tonterías. Sacó la gallina de oro y le dió el trigo. Los sirvientes del palacio refirieron esto a su señorita que vino a verlo. Luego le dijo:
--Dame la gallina de oro.
-- No – dijo ella.
-- Véndemela entonces. ¿Qué quieres por ella?
--Si me dejas dormir en el cuarto del príncipe, te daré la gallina.
-- Bien – dijo ella; – dormirás allí.
Abrieron las siete llaves y la niña entró en el cuarto del príncipe; pero antes echaron algo en el vino del príncipe para hacerle dormir. Así la niña le encontró profundamente dormido. Fué a su cama, le sacudió y le dijo:
--Príncipe, despierta, yo soy tu esposa. He gastado los zapatos de hierro según me has pedido. Ahora te he encontrado; pero si no me reconoces te casarán con otra.
Pero él no despertó y al día siguiente la sacaron de allí y ella se fue otra vez al jardín. Sacó su peine de oro y se peinó. Salió la hija de la bruja y lo compró bajo las mismas condiciones; pero la misma cosa sucedió con el príncipe. Al tercer día sacó ella la cruz de oro, y la hija de la bruja la compró, pero la niña no podía despertar a su marido.
El cuarto día la niña sacó la taza de oro y la hija de la bruja la compró bajo las mismas condiciones. Pero el príncipe había empezado a sospechar algo y cuando le dieron el vino, no lo bebió. La niña entró en el cuarto y empezó de nuevo sus lamentaciones. Le dijo:
--Si no me reconoces esta noche soy perdida para siempre. No tengo otra cosa con que pagar mi entrada al cuarto. La hija de la bruja tiene la gallina de oro y el trigo de oro y el peine de oro, y la cruz de oro y la taza de oro. Además te casarán con ella mañana.
En este momento despertó el príncipe, le dió un abrazo y le dijo:
--¡Ninguna ha de ser mi esposa sino tú!
Al día siguiente celebró nuevas bodas con su esposa, y mandó quemar a la bruja y a su hija.