Vydáno dne 02.03.2023
Krátká a jednoduchá povídka pro začátečníky o děvčátku, které
zachránilo lodě před ztroskotáním.
Un faro es un edificio muy elevado, que generalmente tiene la forma de una torre, con un gran fanal en la parte superior. Este fanal se enciende todas las noches, y como su luz recibe considerable aumento con la ayuda de lentes y de grandes reflectores, puede ser vista á una distancia considerable, y guiar de esta manera á los navegantes durante la noche.
Los faros se colocan generalmente en las rocas más elevadas, cerca de la orilla del mar, ó en los puntos en que hay peligro para los buques…
Hay hombres encargados de cuidar los faros; que viven en ellos y encienden todas las noches aquella luz… Estos hombres se llaman vigías, y tienen que ser empleados sumamente fieles…
En uno de los faros de la costa de Valencia vivían un vigía y su hija única, niña de unos ocho años, que se llamaba Mariquita. El faro estaba situado en un peñasco que sólo se unía á la tierra firme por medio de una calzada estrecha, construida sobre una lengua baja de arena y rocas. No se podía atravesar esta calzada sino durante un espacio de tres horas, dos veces al día, pues durante todo el tiempo restante estaba cubierta por las aguas que crecían con la marea.
Una tarde el vigía… cruzó la calzada para comprar algunas provisiones, dejando sola á su hijita en la torre del faro.
Mientras el padre apresuraba el paso hacia el pueblo vecino…, tres hombres de mala traza, ocultos detrás de unas rocas, espiaban sus movimientos. Eran raqueros, gente que vive del saqueo de los buques que naufragan en las costas. Sabiendo ellos que los buques que habían de pasar aquella noche, se estrellarían contra los arrecifes si el fanal no les advertía el riesgo, y que entonces tendrían ellos una buena presa, se propusieron apoderarse del vigía. Llegado que hubo éste á la costa, salieron los raqueros de su escondrijo y le derribaron al suelo; le ataron de pies y manos, y le dejaron bajo la custodia de uno de ellos mientras los demás se dirigían á la playa.
Mariquita entretanto esperaba impaciente la vuelta de su padre. La noche se acercaba, y había barruntos de tempestad, pues ya se veían las olas estrellarse contra las rocas y se oía el viento bramar alrededor de la torre.
Dieron las seis; y la niña no ignoraba que pronto la marea subiría. Dieron las siete; miró á la costa, pero no vió á su padre. Á las siete y media ya la marea llegaba al borde de la calzada; sólo las cimas de las más altas rocas se descubrían sobre el nivel del mar, y muy pronto todo desapareció debajo de las turbulentas aguas.
—¡Papá! ¡Papá mío!—exclamó la acongojada niña—¿dónde estás? ¿me has olvidado?
En este momento se acordó de que era hora de encender las lámparas; pero ¿qué podía hacer la pobre niña estando las mechas demasiado altas para su estatura?
Cogió unos cuantos fósforos é hizo luz; probó si con una escalera podía alcanzar al lugar apetecido, pero aunque la puso sobre una mesa, vió que todavía le faltaba un poco para llegar á las mechas.
Ya iba á sentarse descorazonada y afligida cuando se acordó de un gran libro en que su padre acostumbraba leer; lo trajo, y colocándolo debajo de la escalera, la elevó lo suficiente para poder encender las mechas.
Los rayos de luz del fanal se derramaron sobre la expansión de las aguas, ya embravecidas por la tempestad, y los buques pudieron evitar aquella noche el peligro que los amenazaba.
En cuanto vieron los raqueros que el fanal estaba encendido, pusieron en libertad al vigía y huyeron de aquel sitio.
La mañana siguiente, como ya había bajado la marea, el vigía pudo llegar al faro, donde su hijita se arrojó á sus brazos y le contó los trabajos que había pasado aquella horrenda noche en la torre del fanal.